Revista Cambio 16 (1999)
—¿Por qué decide abandonar la literatura infantil y escribir una novela de adultos?
—Necesitaba libertad para hablar de temas que me inquietaban. Quería expresar mis dudas con respecto hacia dónde camina nuestra civilización. En realidad, las novelas sirven muchas veces como terapia.
—«Sin invierno» presenta un mundo sin estaciones, donde el cambio climático hace sus primeros estragos. ¿Le preocupa este tema?
—Sí. Es un proceso irreversible que afecta a todo el planeta y ante el que nos sentimos impotentes. Además, la desertización es un problema que crece y cada verano se queman cientos de bosques y hace más calor que el anterior.
—En el libro, como en el mundo real, son los ecologistas los que luchan por salvar la tierra.
—Para mí son los últimos románticos. No existen partidos políticos que presenten alternativas al mundo en que vivimos. Sin embargo, la utopía de los ecologistas de un planeta limpio, verde, con energías naturales, es coherente. Los activistas de estos grupos encarnan el ideal de las personas que tienen una ilusión y luchan por ella.
—Igual que los protagonistas «Sin invierno» abren los ojos ante la injusticia y el desastre ecológico. ¿Pretendía que el lector también lo hiciera?
—Esa fue mi voluntad al escribirla. Y lo he hecho a través del personaje de Mario, que en realidad podría ser cualquier persona que empieza a dudar y a pensar que aún no es tarde para hacer algo.
—Muchos de los hechos que usted narra están ocurriendo hoy, no sólo el cambio climático, sino las pruebas nucleares, el tráfico de residuos tóxicos, el fraude farmacéutico. ¿Se puede considerar el libro como una fábula futurista?
—En cierto modo. Todo lo que aparece en la tramas verídico. Los ejemplos del tráfico de residuos han sido extraídos de casos reales y en cuanto al fraude farmacéutico, es algo que está al orden del día. Pero son estos casos los que te inspiran para fabular, porque la realidad muchas veces supera la ficción.
—El viaje que hace el protagonista a Mauritania, ¿está basado en una experiencia real?
—Sí. Yo misma realicé ese viaje y entré en ese extraño mundo de los vendedores de pescado, los biólogos que estudiaban a las focas monje, los trenes abarrotados de gente o el soborno a los policías. La realidad fue más sorprendente de lo que yo esperaba. Esa parte del libro la escribí cuando volví a España.
—Hablando de su trabajo como guionista, ¿le influye esto a la hora de escribir libros?
—El oficio de guionista me ha revertido muy positivamente a la hora de escribir; te quita el miedo a pensar en una trama, analizarla, estructurarla, atar todos los cabos, dar respuesta al lector... y el guión también te enseña a trabajar personajes, que son los que le dan fuerza.
—¿Es difícil dar el salto del guión a la novela?
—Sí. La estructura de los guiones es sencilla, sobre todo ai trabajas en equipo, pero escribir una novela implica libertad, soledad... y eso, a veces da mucho miedo. En definitiva, significa buscarse a uno mismo.
—Ha escrito muchos guiones para televisión: telenovelas, comedias, y hasta programas infantiles como «Picnic» ¿Ha probado con el cine?
—No es fácil para un guionista de televisión dar el salto al cine, sobre todo cuando no te conocen y careces de contactos. Ante un buen guión no todo el mundo responde. Primero hay que leerlo y lo normall es que lean primero de los de guionistas conocidos. Pero estoy en ello. Acabo de presetnar una serie para la tv y estoy preparando un largometraje para la gran pantalla.
(Marisa Casado: "Los ecologistas son los últimos románticos", Cambio 16, 28 de maig de 1999)