De l'obra El libro de las niñas
ADVERTENCIA
"¿Porqué en tanto como se ha traducido ó escrito hasta ahora para formar buenas madres de familia, se ha mirado con tan vergonzoso descuido el componer algunos libros de lecturas morales é instructivas para las niñas, adecuadas á su edad y á su sexo? ¿Porqué al paso que abundan tanto las obritas de educación para niños, no hay una siquiera, al menos que yo sepa, destinada únicamente á aquellas?
Estas consideraciones, que son por desgracia demasiado fundadas, unidas á la decidida afición que he tenido siempre á cuanto dice relación con la enseñanza, me ha movido á escribir la presente obrita para llenar, en cuanto pudiese, aquel vacío y á ensayar mis fuerzas en un trabajo mas difícil de lo que á primera vista parece. Tal vez no haya llegado de mucho á llenar el objeto que me propuse; acaso no pase mi libro de ser un ensayo, útil á lo mas para que otros se lancen á recorrer la misma senda con mas provecho; pero como quiera que sea me cabrá la satisfacción de haber hecho un bien, y para quien trabaja con fe y conciencia artística, es esta la recompensa mas cumplida, la que mas satisface su corazón."
(De El libro de las niñas. Barcelona: Librería de J. Rubió, 1868, p. I)
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LECCION PRIMERA
Dios
"Cuando al levantaros por la mañana después de un sueño apacible y sosegado, cual el del polluelo que duerme bajo el ala de su madre, recibís el primer beso de los que os dieron el ser, os calentáis á los rayos del sol, aspiráis el olor de las flores y oís los trinos de las aves, ¿no es verdad que sentís dentro de vosotras como si se elevase y regocijase vuestro corazón, y que parece que reconocéis en todas las maravillas que os rodean la existencia de un ser infinitamente poderoso que debió criar todo cuanto vive? ¿No es verdad que veis como escrito su nombre santo en la brillantez del rey de los astros, en la fragancia de las plantas, en las nacaradas plumas de las aves y hasta en el mismo cariño que os tienen vuestros padres?
Que vuestros mas puros sentimientos al levantaros, durante el día y al acostaros, sean para ese Ser todo poderoso, que os ha criado para que creáis en él y le adoreéis, y os dio padres que os educasen é idolatrasen, y el sol y las estrellas, las flores y los pájaros para embellecer vuestra existencia.
No porque no podáis conocerle y verle le améis menos, ni dejéis de pedirle y adorarle porque no os responde, pues sabe si le amáis y cuando rogáis os escucha. ¿Quién de vosotras ha visto el leve soplo que enjuga el sudor de nuestras frentes? y sin embargo no se puede dudar que la brisa existe. ¿Cuál ha podido tentar el olor que las flores despiden? y no obstante cuando habéis ido á buscar fragancia en los claveles jamás os la han negado."
(De El libro de las niñas. Barcelona: Librería de J. Rubió, 1868, p. 4-5)
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LECCION XII
DE LA VERDADERA BELLEZA DE UNA NIÑA Y DE LAS DOTES QUE LA CONSTITUYEN.
"Encontraréis muchísimas niñas que pasan los años preciosos de su infancia en estudiar la manera de componer su rostro, malgastando horas enteras delante de un espejo, al paso que miran con la mayor indiferencia el cultivo de la mente y del corazón, y el adornar el alma de virtudes mas estimables y preciosas á los ojos de los hombres, que las flores, las gasas y los diamantes. Guardaos, hijas mías, de seguir sus huellas.
No repruebo el que procuréis componer vuestro exterior, y mucho menos el que os presentéis aseadas delante de los demás, pero sí que hagáis de ello la ocupación principal de vuestra vida.
La mujer no ha nacido para ser como una flor que se destina al adorno de un salón y que debe agostarse en un jarro de porcelana: otros y muy elevados son sus destinos en el mundo, y por consiguiente y antes que todo debe atender á su cumplimiento.
Las gracias físicas son pasajeras como la belleza de las plantas, y ¡ay de la niña que al desvanecerse aquellas echa de ver que para conservarlas y aumentarlas descuidó el adornar su interior y enriquecerlo de gracias morales! Entonces conocerá, cual si despertase de un sueño engañoso, que su existencia ha sido como la de la rosa que tiene un enjambre de mariposas que la festejan mientras conserva sus bellos colores, y á la cual todos desprecian y abandonan cuando está marchita, y que las largas horas perdidas delante del espejo, mas bien que para su provecho, sirvieron tan solo para halagar su necia vanidad, y dar pié á los aduladores á que alabasen en ella lo único que tenia por digno de elogio, su fútil gusto en adornarse.
Porque os quiero, hijas mías, como puede querer una madre á los pedazos de su corazón; porque mi única ambición es que os hagáis dignas del aprecio de los demás, como hasta ahora lo sois del mío, os encargo con toda mi alma que cuidéis de la belleza moral con preferencia á la física."
(De El libro de las niñas. Barcelona: Librería de J. Rubió, 1868, p. 79-81)