Antologia
Eso es. Y tenga en cuenta que, si no fuera por la vergüenza de hacerle desembolsar más de 60 céntimos de correo, —¡Un pobre asustado como yo , que desde hace siete meses, no ha visto un céntimo! — ¡le enviaría mis Amantes de París, cien hexámetros, señor, y mi Muerte de París, doscientos hexámetros! Sigo:
Definitivamente el poeta es un verdadero ladrón de fuego.
Arrastra el protagonismo de la humanidad, del mundo animal incluso; tendrá que conseguir que sientan, que toquen, que escuchen sus intervenciones; si lo que narra del más allá tiene forma, da forma: si es desfigurado, él aporta lo informe. Encontrar una lengua;
Por lo demás, toda palabra sigue siendo idea, ¡vendrá la era de un lenguaje universal! Hay que ser académico, —más muerto que un fósil,— para hacer un diccionario, de cada una de las lenguas. Montones de débiles se pondrán a reflexionar sobre la primera letra del alfabeto, ¡que enseguida podría arrojarse a la locura!
Esta lengua será del alma para el alma, acaparándolo todo, perfumes, sonidos, colores, del pensamiento tomar otro pensamiento y avanzando. El poeta determinaría la envergadura de lo desconocido despertando en su tiempo dentro del alma universal: no aportaría más que la fórmula de su pensamiento, ¡que los apuntes de su avance hacia el Progreso! Plenitud convirtiéndose en norma, tomada por todos, ¡sería verdaderamente un multiplicador de progreso!
Este futuro será materialista, ya lo veis; —Siempre rebosante del Número y de la Armonía, esos poemas serán creados para ser eternos.— En el fondo sería todavía un poco lo que es la poesía griega. El arte eterno tendría sus funciones; del mismo modo que el poeta es un ciudadano. La poesía no marcará nunca más el ritmo a la acción; la precederá. ¡Esos poetas existirán! Cuando se haya abolido la horrible esclavitud de la mujer, cuando ella viva por ella y para ella, el hombre, —hasta hoy abominable,— ¡habiendo saldado su deuda, será poeta, ella también! ¡La mujer encontrará lo desconocido! ¿Los mundos ideados se distinguirán de los nuestros?— Encontrará cosas extrañas, profundas, repugnantes, deliciosas; las tomaremos, las comprenderemos.
(Del llibre Arthur Rimbaud, poesía al raso. Vol. I. Textos 1870-1871. Barcelona: Alrevés, 2011, p. 171-172)
* * *
El rey y sus hombres hallaron junto al puente al Caballero, enjuagándose todavía las heridas. El rey pretendía ofrecerle hospitalidad mientras las llagas cicatrizaban, pero tan difícil era conseguirlo como hacer que los mares se agotaran. Tan pronto como le dio alcance, el rey se arrimó a él y quiso averiguar si estaba sano y salvo, y cómo tenía las heridas en los pies y en las manos. Conocía el rey sus pretensiones y se acercó para decirle:
-Señor, esta manera tan imprevista en que os habéis presentado en nuestro país me sorprende. No creo que ninguna otra persona ose desafiarle, y sois bienvenido por ello. Jamás ser humano poseerá la audacia para afrontar semejantes peligros. Nadie hubiera podido imaginarlo siquiera y, en consecuencia, mi estima es aún mayor. Sabed que podéis contar con mi lealtad y mi generosidad más sinceras. Mis servicios y mi ayuda os serán dispensados, puesto que soy el rey de este país. Creo adivinar que el objetivo de vuestra búsqueda es la reina y que habéis venido a su encuentro.
—Señor, a ninguna otra cosa he venido, cierto es.
—Amigo, mucho queda hasta alcanzar la meta y estáis malherido, vuestras llagas sangran y mucho por sufrir os queda todavía. De quien la tiene presa no esperéis gratitud, antes de entregárosla querrá combatir. Precisáis descansar y curar vuestras heridas. Le proporcionaría, de poder, como remedio el mejor ungüento; es mi deseo que os repongáis y recuperéis vuestras plenas facultades. ¡La reina peligro no corre, abusar de ella nadie podrá, ni siquiera mi propio hijo, que la raptó para sí! ¡Sabe Dios cuánto, esta circunstancia, le irrita! Nunca nadie por parecida causa se atormentó tanto. Gran afecto es el que siento por vos y quiero complaceros en todo lo que necesitéis, Dios conoce hasta que punto. No padezcáis, pues si bien es cierto que mi hijo estará armado adecuadamente, vos dispondréis de armas como las suyas y del caballo más aventajado. Nada tendréis que temer, salvo al desconocido que le traiga aquí a la reina; estaréis bajo mi protección, pese a quien pese. Nunca ningún ser humano fue tratado con tanta dureza. Es mi hijo, lo sé, y por no entregaros a la reina a punto he estado de desterrarle. Que no os suscite inquietud. Os prometo que daño alguno os causará jamás, salvo que lograra venceros.
(Del llibre de Chrétien de Troyes Lanzarote o el caballero de la carreta. Barcelona: Alrevés, 2010, p. 82-83)
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Las celebraciones de la paciencia
2.Canción celeste
Ociosa juventud
Para todo esclava,
Por delicadeza
He perdido mi vida.
¡Ah! Que venga el tiempo
Donde los corazones se apasionen.
Me dije: abandona,
Y desaparezco:
Y sin la promesa
De las más elevadas alegrías.
Que nada te detenga,
Majestuoso retiro.
He tenido tanta paciencia
Que nunca olvido;
Temores y sufrimientos
Huyeron a los cielos.
Y la sed malsana
Ennegrece mis venas.
Como la Pastura
Arrojada al olvido,
Engrandecida, y florecida
De incienso y de malas hierbas
A la abeja salvaje
Y a las cien moscas asquerosas.
¡Ah! Mil viudedades
Del alma tan miserable
Que no es más que la apariencia
¡De Nuestra-Señora!
¿A caso rezamos
a la Virgen María?
Ociosa juventud
Para todo esclava,
Por delicadeza
He perdido mi vida.
¡Ah! ¡Que venga el tiempo
Donde los corazones se apasionen!
Mayo 1872
(Del llibre Arthur Rimbaud, la belleza del diablo. Barcelona: Alrevés, 2009)
* * *
Una temporada en el infierno (VIII)
Mañana
Nunca tuve ni una vez una juventud tierna, heroica, fabulosa, para escribir en páginas de oro, —¡demasiada suerte! ¿Qué crimen cometí, qué error, para estar tan derrotado? Ustedes que pretenden que las bestias provoquen lamentos de pena, que los enfermos se desesperen, que los muertos tengan pesadillas, procuren explicar mi derrota y mi sueño. Yo, ya no sé explicarlo mejor que el mendigo con sus continuos Pater y Ave María. ¡He perdido la palabra!
Y eso, que hoy, creo haber acabado mi compromiso con mi infierno. Era el infierno; no hay duda, el antiguo, aquel donde el hijo del hombre abría las puertas.
Del mismo desierto, a la misma noche, siempre mis ojos despiertan con la estrella plateada, siempre, sin que se alteren los Reyes de la vida, los tres magos, el corazón, el alma, el espíritu. Cuando vamos a ir, más allá de los arenales y los cerros, para la bienvenida al nuevo trabajo, a la nueva sabiduría, la huida de los tiranos y los demonios, el fin de las supersticiones, adorar —¡avancémonos!— ¡Navidad en la faz de la tierra!
¡El canto de los cielos, el éxodo de los pueblos! Esclavos, no maldigamos la vida.
(Del llibre Arthur Rimbaud, la belleza del diablo. Barcelona: Alrevés, 2009)