Entrevistes
–Ha escrito un libro con un título rotundo, Adiós a la universidad. Desde que se supo que lo escribía, se había creado una expectación por si había allí un ajuste de cuentas. Al final lo ha escrito sine ira et studio. ¿Respirarán tranquilos sus enemigos?
–Creo que respirarán tan tranquilos o intranquilos como suelen; mi libro no afecta a nadie especialmente, es una reflexión sobre el estado de humillación, decadencia e indignidad en que han caído las facultades de humanidades; todo lo demás va de relleno. No es bueno vengarse de los que te han hecho alguna mala pasada: si así fuese, la universidad habría generado montañas de libros, porque en ella suceden cosas muy ominosas, casi inexplicables si tenemos en cuenta que se trata de una comunidad de gente sabia. No conozco ninguna empresa privada en la que se den actitudes tan vergonzosas como en la universidad. Por lo demás, lo que hay que hacer con los enemigos es lo que preconizaba Marco Aurelio: ser lo más distinto posible de ellos, comportarse al revés que ellos. No olvide tampoco que el libro tiene un subtítulo que reza: "El eclipse de las humanidades". Esto es lo que de verdad me ha ocupado en este libro: el hecho de que las humanidades, más todavía que las ciencias sociales, ocupen un no-lugar absoluto en la sociedad de nuestros días, pero un lugar que podrían recuperar.
–En el libro lo explica, ¿por qué decidió adelantar su marcha de la universidad?
–Bueno, mi libro explica una cosa esencial, como ya le he dicho, y otras accidentales y muy variadas: los primeros apartados narran mi evolución "intelectual" desde la niñez hasta que abandoné la universidad, y los segundos son calas en problemas muy severos, que necesitan remedio de un modo acuciante: por qué las carreras humanísticas tienen una nota de corte de selectividad de un 5 pelado; por qué estudian humanidades muchos estudiantes que deseaban estudiar periodismo o "audiovisuales", por qué otros estudian filología como podrían estudiar aeronáutica o ortodoncia (no los ingresados en lenguas clásicas, por cierto, que son los mejores y los más valientes); cómo se promocionan los profesores; por qué no existe ya ninguna idea acerca de la jerarquía profesoral (los alumnos sí son muy respetuosos); porque el lugar del saber ha desaparecido de las facultades humanísticas a favor de una profesionalidad muy angostada, casi estéril; por qué la universidad ha abandonado toda pretensión de formar cívicamente a su alumnado, y, por fin, por qué las nuevas tecnologías han convertido la enseñanza, en general, en una larga sesión de animación infantil y deslumbramiento.
–Dice que Bolonia ha puesto fin al humanismo. ¿Qué entiende por humanismo en el siglo XXI (no el renacentista)?
–El humanismo quiere decir lo mismo en cualquier época de la historia. Carlomagno le dio un empuje inestimable en los siglos VIII-IX; los literatos provenzales, catalanes y franceses le dieron otro en el siglo XII, Petrarca y los humanistas italianos se lo dieron en los siglos XIV y XV, los philosophes se lo dieron en el siglo XVIII, y los grandes intelectuales del siglo XX –hoy cada vez más raros— se lo dieron en aquel siglo tan bárbaro. El humanismo no es ninguna utopía; sólo es una especie de meta-cronía que encuentra su momento feliz de vez en cuando, cada dos o tres siglos, y por períodos de tiempo más o menos efímeros. Queda siempre un lastre, una sazón de los logros de todo período en el que el humanismo ha sido algo valorado; y sobre esos restos, que no creo que vayan a desaparecer nunca —vea usted qué éxito tuvo la película Troya, y qué éxitos cosecha el equipo de fútbol llamado Áiax— pueden edificarse todavía muchas cosas cargadas de sabiduría, de humanidad y de civismo. No cabe duda de que en estos momentos las humanidades están muy desprestigiadas –vea lo que dijo hace poco el conseller Boi Ruiz–, pero el humanismo y los clásicos siempre vuelven. Es cuestión de esperar y, mientras tanto, no bajar la guardia a pesar de todos los atropellos de los gobiernos neoliberales, que fueron los que impulsaron el Plan Bolonia.
–¿Qué consecuencias cree que tendrá ese abandono de la formación universitaria? ¿Cuál es su modelo?
–La peor consecuencia de formar profesionales en las ramas más especializadas imaginables y no hombres, en el sentido pleno de la palabra, acarreará una merma de los fundamentos mismos de la democracia: no se puede edificar una democracia sólida, ni aquí ni en ninguna parte, sin una población soberana desde el punto de vista intelectual. Las facultades técnicas y científicas darán al mercado todo lo que éste necesita para perpetuar el espejismo del Progreso, pero las facultades humanísticas ya no van a generar, de momento, aquellos antiguos profesores con una vastísima cultura, que eran los que señalaban la verdadera salud del cuerpo social y político. La educación, a todos sus niveles, necesita un giro radical.
–No solo en la universidad falta esa elite de los mejores que usted defiende, ¿no cree que está ausente en otros ámbitos?
–No exactamente. En la empresa privada, por ejemplo, suben los mejores y quedan arrinconados los inútiles. Eso sucede incluso en las facultades técnicas y científicas: si no resuelves un logaritmo, te suspenden, y se acabó la discusión. Pero en las de ciencias sociales y humanidades –filología, filosofía, historia, sociología, psicología, etcétera– cualquiera puede acabar la carrera aunque no sepa prácticamente nada ni haya leído un solo libro de arriba abajo: esto es un hecho. Luego estos profesionales recalan, en su mayor parte, en la enseñanza: de aquí que los Institutos de Enseñanza Media estén llenos de excelentes profesores, cargados de buena fe, de virtud y de saber, pero también llenos de paseantes, indolentes y amigos del funcionariado, una de las grandes lacras tanto de la enseñanza media como de la enseñanza superior.
–¿Somos menos cultos, luego más manipulables?
–La sociedad, tomada en su conjunto, nunca ha sido culta, salvo que entendamos, y es algo cierto, que hay otras formas de cultura enormemente importantes en la configuración de toda sociedad: admiro a las personas que, en algún lugar recóndito del país, estudian el folclore, elaboran mapas de variaciones dialectales o desarrollan actividades vinculadas a las formas ancestrales de la mitología y las costumbres de los pueblos. Eso sí: una sociedad no puede prescindir de una élite culta, y las élites cultas de los países occidentales son hoy mucho menos cultas que hace, pongamos por caso, cincuenta o cien años. Poseer cultura (de la alta, se entiende) está hoy completamente desacreditado: parece una superchería y un acto de soberbia. Los que están muy acreditados son los futbolistas y Belén Esteban: ya me dirá. Como he dicho, hoy se cierne sobre todas las capas de la sociedad una enorme sospecha acerca de lo que sea un sabio, un gran profesor o un erudito. Si los privilegiados que han podido realizar estudios superiores poseen ya tan sólo una vaga cultura, homologable con la de las capas media y baja de la sociedad, entonces toda la sociedad acusa este declive y se degrada. Si un hijo no recibe explicaciones claras y distintas de sus padres o de sus profesores acerca de las opciones que tiene en el momento de emitir su voto electoral, es muy probable que no vote, o que vote a cualquiera que le parece más guapo que los demás, o que es anti-taurino. Eso es también una consecuencia de la llamada por Guy Debord "sociedad del espectáculo". Cuando resulta que Operación Triunfo dispone de una cadena para ella sola, que emite cada día esta indecencia durante veinticuatro horas, entonces es muy probable que la gente tienda a imitar esas formas de vida y esos comportamientos. Sólo el ejercicio severo y tenaz de la inteligencia evitaría que esas barbaridades se propagaran por todo el cuerpo social, pervirtiendo los fundamentos, no sólo del civismo, sino también de la moral y de la política. Contra todo eso sólo cabe una solución: educación y más educación. No me cansaré de repetirlo. Esta sí es una inversión segura, pero a largo plazo: por esto ningún gobierno ha abordado en España, en los últimos treinta y cinco años, una reforma sensata de la educación.
–¿Qué responsabilidad tiene en este fenómeno el uso de las nuevas tecnologías?
–Yo formé parte de una comisión ministerial en la que una veintena de profesores de todas las universidades del país discurrieron con la ministra Garmendia, y luego con el ministro Gabilondo, acerca del beneficio o el perjuicio que puede significar la entrada indiscriminada de las nuevas tecnologías en las aulas, y otros muchos asuntos. La mayoría de estos asesores coincidimos en que las nuevas tecnologías, siendo como son utilísimas en muchas ramas del saber, de la técnica, de la ciencia y de otras cosas, resultan un instrumento engañoso e ineficaz en el caso de la educación. Me explico: esas nuevas tecnologías –y quizás la técnica en general, incluido el microondas o el minipimer– han acostumbrado a la humanidad a resolver de un modo inmediato labores que antes se realizaban gracias a procesos mucho más mediatizados: es mejor una mahonesa hecha a mano que con el uso de una máquina. La inmediatez y la no-discriminación de la información que procede de Internet, por ejemplo, convierte a cualquier persona, y aún más a un niño o a un adolescente, en señor de un reino puramente virtual. En el fondo, los convierte tanto en amos de algo como en esclavos de lo mismo, porque ya sabemos hasta qué punto la gente joven depende de estos elementos y se comunica mediante ellos de una manera peregrina, mendaz y falta de la elocuencia más elemental. Y algo más. Las nuevas tecnologías se presentan a la civilización juvenil –pues los jóvenes neo-tecnológicos han forjado, hoy, tanto una nueva cultura como una nueva "mentalidad", como una nueva civilización– como un divertimento. Los profesores que asistíamos a esas reuniones con los ministros que he dicho, coincidíamos todos en que la educación es un proceso lento, mediatizado, esforzado, que no puede jugar con las mismas armas que la cultura del ocio, porque entonces no saldrán de las escuelas personas educadas sino amigos de la diversión. Creo que eso es lo que está sucediendo. Como puede usted imaginar, los ministros no nos hicieron ningún caso, y de aquí a pocos años veremos a toda una generación de estudiantes de secundaria convertidos en una especie de autómatas mucho menos civilizados que el pato de Vaucanson, que era un pato mecánico que comía, digería y defecaba: naturalmente, ni hablaba ni pensaba. Hace poco, Jaume Vallcorba me comentó que, en una feria del libro de Guadalajara (México), alguien insinuó que íbamos hacia una civilización en la que el lenguaje de la imagen sería soberano y suficiente. No hay que ser muy perspicaz ni muy exigente en la terminología para darse cuenta de que esta aseveración contiene dos falacias: no hay civilización sin lenguaje, ni siquiera sin mitos, que están forjados en el elemento verbal; como no puede decirse, en modo alguno, que las imágenes sean más eficaces, para la educación, que las palabras. Reivindicar el lugar y la dignidad de la palabra y el diálogo en la educación y en la construcción del civismo no tiene nada de novedoso: así se fundó el saber dialogal de Sócrates y Platón, así evolucionó la discusión acerca de los universales en la Edad Media, así se produjo el fastuoso desarrollo del saber durante el periodo del Humanismo, así y con este mismo elemento se elaboró la Encyclopédie, y también en el seno de la palabra surgieron Wittgenstein, Canetti, Musil o Sigmund Freud en el siglo XX. George Steiner alertó sobre la posibilidad de que la palabra, es decir, el Verbo, desaparezca del horizonte de la educación y de muchas prácticas de la vida cotidiana de las actuales sociedades, pero cuesta imaginar que se produzca algún avance en el terreno del conocimiento si la palabra se funde como una vela ante el viento huracanado del progreso y de la técnica. Hoy sopla un vendaval de este cariz, y me temo que va a costar mucho resituar al Verbo en el lugar que ocupó, en la civilización de Occidente, entre los presocráticos y buena parte del siglo XX. Martín de Riquer también alertaba de este fenómeno, y decía, con mucha gracia, que no tardaremos en sonarnos la nariz con las orejas.
–Col·legi de Filosofia, Institut d'Humanitats, Sociedad de Estudios Literarios, ¿de qué está más satisfecho?
–Estoy muy satisfecho de todas estas iniciativas. De hecho, la primera de ellas, el Col·legi de Filosofia, fue el embrión de las otras dos y de muchas actividades culturales que se desarrollan en estos momentos en Barcelona. Allí estaban Rubert de Ventós y Eugenio Trías, Antoni Vicens, Josep Ramoneda y muchos más... Rubert es hoy el presidente del Institut d'Humanitats, Vicens es un psicoanalista de gran categoría, Trías es uno de los pocos ensayistas que quedan en España, Ramoneda es el director del CCCB. Y allí estaba también yo –me nombraron presidente en atención a mi pasión por el protocolo–, que dirijo las actividades literarias del Institut. Luego, en el seno del propio Institut, creé la Sociedad de Estudios Literarios (SEL), que reunió a lo más granado de la intelectualidad letrada de Barcelona, profesores o no. O sea que estoy muy satisfecho de todo ello, como lo estoy de haber sido profesor de literatura durante más de treinta años en mi facultad.
–El papel de intelectual, como Thomas Mann o Carles Riba, está ya en declive definitivo?
–Absolutamente. Aparecen algunos pseudopensadores que se echan incienso a sí mismos con un incensario más grande que el de Santiago de Compostela, pero eso no acaba de definir a un intelectual. A mi juicio, es intelectual el sabio que posee, además de sabiduría, una ya rara forma de caridad, o de piedad, hacia sus conciudadanos; y esto es ahora algo muy infrecuente. Por lo demás, hay que reconocer que la figura del intelectual ha perdido, socialmente, el prestigio que había poseído hasta los tiempos de Sartre o de Camus, en Francia, o de Bertrand Russell, Hannah Arendt o Isaiah Berlin en el mundo anglosajón. Ahora no pintan, socialmente hablando, nada. Si a un conocedor de la historia intelectual de España le pidieran que nombrara a intelectuales de peso del siglo XX, no vacilaría en nombrar, por lo menos, a Unamuno y a Ortega y Gasset, y quizás a Eugenio d'Ors o a Jiménez Fraud. Si hoy se hiciera una encuesta semejante, el resultado desembocaría en el "no sabe, no contesta", o arrojaría una nómina de profesionales de las letras de esos que han crecido y desaparecerán como la espuma.
–¿A qué se dedicará ahora? ¿Su desencanto es horaciano?
–Siempre he hecho una vida enormemente discreta. En mi vida no he hecho otra cosa que leer, estudiar, enseñar, conversar y reír. O sea que las cosas no van a cambiar mucho, sobre todo teniendo en cuenta que mi rector, Dídac Ramírez, ha sido muy generoso conmigo y me ha extendido una venia docendi que me permitirá seguir enseñando a pesar de mi situación de prejubilado. Volveré a frecuentar a mis colegas más queridos –Miralles, Vidal, Siguán, Del Olmo, Pòrtulas, Quetglas, Artigas, Riquer, Pinto y muchos otros: casi todos de clásicas–, y saludaré con cortesía a mis enemigos, como me enseñaron Blecua y Batllori. Voy a dar sólo seis créditos anuales; también podría hacerlo en la Universidad Pompeu Fabra si yo lo pidiera, porque me nombraron profesor invitado –y yo les voy a regalar mi biblioteca de 30.000 volúmenes, mi discoteca y mi pinacoteca; ya fuimos al Notario–, pero de momento me conformaré con dar algunas clases en mi universidad, a la que amo, a pesar de algunos hechos lamentables que sucedieron, como la eliminación de mi licenciatura en Literatura Comparada, que tenía 150 alumnos: ¿qué más se podía pedir, cuando hay licenciaturas con media docena de estudiantes? Pero así fueron las cosas. Amo la profesión de enseñar, y me siento muy a gusto con los chicos y chicas de primer curso, que, en términos generales, me parecen personas de gran categoría moral. Como ya empiezo a envejecer, la juventud me da ánimo, y, encima, mucha esperanza a pesar del panorama que preside las facultades humanísticas en estos momentos, a consecuencia del malhadado Plan Bolonia, eficaz para las ciencias y las técnicas, pero feroz con las humanidades, que no le interesan un pepino. Los chicos que se encerraron hace dos años en mi universidad lo percibieron con una gran clarividencia: lo único que le preocupa al Plan Bolonia es incardinar rentablemente la universidad con el mercado; pero ya me dirá usted qué mercado existe para un filósofo, para un hebraísta o para un teólogo: son estudios que podrían desaparecer sin que nadie se alarmara. Quizás ésta ha sido una de las razones por las que he escrito este libro: porque alguien debía dar la voz de alarma ante una situación que es, en verdad, humillante y penosa.
–¿Por qué ha mezclado en su libro aspectos autobiográficos con otros de tipo teórico?
–Voltaire decía que todos los géneros son buenos, salvo los aburridos. De modo que, como no quería aburrir a los lectores sólo con resúmenes de historia de la universidad o de las grandes etapas del humanismo europeo, los he mezclado con diversos aspectos y anécdotas de mi formación y de mi experiencia universitaria. Como no pretendo ser un santo, menos todavía cuando critico a impíos e infieles, presento todos mis defectos con absoluta sinceridad: he hurtado libros, he construido máquinas engañabobos, he escrito libros malos –algo imperdonable–, y cosas así. Con estos apuntes autobiográficos, entremetidos en el discurso general del libro, el lector descansará y se solazará. Todo menos dar la lata; y todo menos creerse mejor que el resto de la humanidad o que el resto de mis colegas.
(Josep Massot. "Llovet: 'La alta cultura está desacreditada a favor de los futbolistas y Belén Esteban", La Vanguardia, 4 d'abril de 2011)
* * *
—Es pot ensenyar a llegir? ¿Què vol dir ensenyar literatura?
—Miri, en aquesta vida es pot ensenyar tot; només calen dues coses, com ja li he insinuat: la primera, tenir ganes de participar als altres totes les coses que un ha après; i la segona, saber de quina manera s'han d'ensenyar les coses perquè els altres les aprenguin. Sembla una cosa molt senzilla, però li asseguro que no és gens ni mica. Ensenyar literatura, avui, per exemple, és molt més difícil que al temps que no hi havia ni cinema ni televisió: el món de les imatges ha produït una devastació enorme sobre la literatura, perquè ha assentat la pràctica de fer-se una idea imaginària de les coses més complexes mitjançant un element en certa manera simplificador, que són les imatges. Quan un veu, posem per cas, una pel·lícula basada en una obra literària més o menys complexa, tendeix a afigurar-se el món que inclou aquella obra literària a partir de la reducció, o de la "lectura" parcial, que n'ha fet el cineasta. En canvi, quan un llegeix un llibre sense cap mena d'il·lustració, està obligat a fer treballar molt més el cap, és a dir, a generar un imaginari característic -i que mai no és el mateix per a dos lectors distints-: és una operació molt més lliure, molt més activa i jo diria que molt més estimulant. [...]
—Quins van ser els seus mestres?
—He tingut la sort de tenir els millors mestres que mai ningú hagi pogut tenir a la història de la Universitat de Barcelona. Els mestres antics -vull dir un Serra Húnter o un Joaquim Xirau-, tot i que eren excel·lents, degueren tenir, pel que en sé, alguna cosa de reconsagrat o d'inaccessible. En Riba mateix, al meu entendre, degué ser un dels pitjors mestres que s'hagin conegut; perquè estava massa pagat de si mateix i tot el que deia semblava irrebatible, cosa gens aconsellable quan es fa de professor: estic molt content de no haver-lo conegut, perquè va morir quan jo només tenia dotze anys, perquè, si l'hagués conegut, m'han dit que potser no el llegiria. Tenia una veu insofrible, que ha quedat enregistrada. Jo, en canvi, ja vaig conèixer una generació de grans savis, excel·lents professors, i persones de carn i ossos: amables, entregats, didàctics i assequibles. Vegi la nòmina: indirectament, els últims vint anys, una figura tan extraordinària com Miquel Batllori, de la Societat de Jesús, i els últims trenta un Martí de Riquer, de la Societat Riquer, que és il·limitada, si em permet l'expressió; directament, José Manuel Blecua, el més gran hispanista i una de les més grans persones que hagi conegut; Antoni Vilanova, un excel·lent professor i investigador, però també un dels conversadors més enginyosos que he topat, provist d'una ironia socràtica admirable; en José Maria Valverde, que era la cosa més pròxima a la santedat il·lustrada; o en Francesc Gomà, que era la vida imatge de Descartes quan es posava a parlar de filosofia; o l'Antoni Comas, el més gran professor de literatura catalana que mai hagi tingut la meva universitat, amb un amor per la literatura i pels llibres que s'encomanava; o el meu homònim, en Salvador Llobet, que es va passar la vida intentant que em canviés la anti-etimològica "v" del meu cognom (és clar que, llavors, jo no sabia que els Llovet, amb "v", vénen dels Louvet francesos o dels Lovett bretons, llengua en què els llobatons s'escriuen naturalment amb "v"). Me'n deixo una colla, és clar. [...]
—...expliqui quina idea té dels gèneres literaris.
—Els gèneres literaris són una cosa que ja no existeix; es va acabar cap a 1800, amb l'aparició de la revista Athenäum, que feien els romàntics del grup de Jena: Friedrich i August Wilhelm Schlegel, Novalis, Schleiermacher, etcètera. Cap a aquest any, els gèneres van rebre el cop de gràcia que ja havien preparat autors tan importants com Voltaire o Diderot. Els il·lustrats, justament per saber-ne tant, van començar a mitificar els gèneres, a barrejar-los entre si, i, naturalment, van acabar esbotzant-los. La novel·la es va impregnar de biografia i de poesia (Goethe), la tragèdia es va impregnar de comèdia (Byron), la poesia es va tornar filosofia i teologia (de Wordsworth a Hölderlin), i tot el que vulgui. Quintilià, per entendre'ns, va fer l'últim alè al tombant del segle XIX. Aquest aiguabarreig, que a Goethe mateix, tot i practicar-ho, li va semblar una desgràcia, va portar, malgrat tot, a una ufana literària extraordinària. Edgar Allan Poe o Baudelaire, per exemple, no s'haurien produït si els escriptors no s'haguessin trobat davant un horitzó de possibilitats inèdites; el llegat de les formes tradicionals que, naturalment, és fastuós, només va servir de rerafons per transgredir-lo més cada vegada: aquesta és l'evolució de la poesia que va de Baudelaire als surrealistes, o de Hölderlin a Paul Celan; aquesta és també l'evolució que va de Stendhal i Flaubert a Proust, Joyce, Virginia Woolf o Hermann Broch... i tothom qui vulgui, perquè la cosa encara és oberta. Vivim sota el signe de la "llibertat genèrica" que es va inventar el Romanticisme. La cosa fa patxoca, i en el fons és apassionant: ara, quan un escriptor es posa a escriure, no solament ha de tenir alguna cosa a dir, sinó que s'ha d'inventar (o té la llibertat de fer-ho, si més no) la forma amb què explicarà les coses que vol dir; fins al punt que hi ha hagut molts experiments, en el terreny de la novel·la sobretot, que s'han fet per mirar de trobar la forma narrativa més adequada a la matèria que es pretenia explicar: els casos de Mrs. Dalloway, de la Woolf, o de La mort de Virgili, de Broch són exemplars en aquest sentit; Kafka no ho és, en canvi, perquè és un autor que tenia tantes vacil·lacions o perplexitats pel que fa als continguts, per dir-ho així, que es va decantar per una adaptació sui generis del model de Dickens, o del model de Flaubert, almenys per escriure les seves novel·les; i, per escriure les seves narracions, es va agafar sòlidament a la tradició dels contes hashídics, que corrien de boca en boca entre els jueus de Praga. Li ho repeteixo: sembla molt més apassionant viure en aquest desgavell, amb aquest horitzó de llibertat, que viure, en ple Grand Siècle francès, lligat per una faixa tan severa com ho són les lleis aristotèliques de la tragèdia o les limitades variacions fonètiques del vers alexandrí. [...]
—El món editorial, ¿respon a les seves expectatives de lector?
—No gaire, en aquests moments, almenys si tenim present la meva especialitat, que són les generalitats i les comparacions. Llevat també de tres o quatre editors, avui dia el món editorial va descaradament a remolc de les modes o dels mercats que abans li criticava. A Barcelona, queden aquestes digníssimes excepcions que són Anagrama, Quaderns Crema, Sirmio, alguna cosa de Tusquets, alguna cosa de Lumen, uns quants llibres del catàleg d'edicions 62 i d'Edicions Proa, i no gaire més. Més aviat és internet, qui ho havia de dir, el que respon avui dia a les expectatives de la mena de lector que jo represento. A internet trobo les coses més inversemblants.
("Una idea de la cultura. Respostes a un qüestionari" [Fragments], Revista Central (Barcelona) Companyia Central Llibretera, març de 2003, p. 59-80)
* * *
—El teu apropament al fet literari és múltiple i molt variat: l'ensenyança, la traducció, la crítica, l'article periodístic... Això respon a un plaer estètic?
—El meu interès múltiple per la literatura és, en realitat, un interès per la nostra cultura i la nostra civilització. Al nostre continent, gràcies al llegat grec i al llegat judaic o hebreu, la paraula ha tingut una importància i un desenvolupament fonamentals. Això és el que a mi m'atrau de la literatura. No hi ha fet literari que no tingui, per a mi, un interès: s'hi reuneixen la sociologia, la història de l'art, la filosofia, l'estètica, la teoria literària, la crítica literària... (...) De fet, la literatura pròpiament dita ho inclou tot, sobretot el gènere narratiu i encara més especialment el gènere novel·lesc, que és el que més m'ha interessat sempre […].
—Dins del gènere novel·lesc, has llegit i coneixes a fons els grans clàssics i els autors, diguem-ne, «canònics» dels segles passats. Què opines dels autors contemporanis?
—No ho segueixo gaire, la veritat, segurament perquè no m'interessa. Hi ha uns quants autors... Tabucchi, Paul Auster... He llegit uns quants llibres seus... Però he de confessar-te que gairebé sempre, quan llegeixo autors contemporanis, quedo decebut. El goig de tipus estètic que experimento llegint Hölderlin o un himne de Píndar o un segment de l'Odissea o un capítol del Tirant o del Quijote és incomparable amb el que experimento davant dels autors contemporanis. A mi m'interessa la literatura clàssica, entenent per literatura clàssica des de la Bíblia i Homer fins més o menys els autors de la segona guerra mundial i, si vols, els d'uns quants anys després. [...]
—Quines són, per a tu, les qualitats essencials d'un bon traductor? Com s'ha d'encarar amb el text?
—Jo he traduït perquè m'agrada el món del llenguatge. La traducció et situa en el terreny del llenguatge en termes gairebé abstractes. Quan un escriptor escriu en la seva llengua, no solament la té absolutament assumida, sinó que pot ser que no s'adoni que està treballant amb l'element verbal per ell mateix, ja que utilitza la pròpia llengua d'una manera molt automàtica. Ara bé, quan et poses a traduir, per força has de fer unes operacions de transvasament que són justament les que trobo apassionants, perquè et situen, obligadament, en un terreny mixt que no és ni el de la teva llengua ni el de la llengua original. S'ha d'anar a una mena de registre que està per sobre de les dues llengües. Et situes en un terreny en certa manera metalingüístic. I això és el que m'entusiasma de la traducció. (...) Considero que un traductor és tan escriptor com qualsevol escriptor, i més i tot. Si em preguntessis si he escrit cap llibre, et diria que una vintena, que són, pel cap baix, les traduccions que he fet. Dir això no és cap impostura. Jo he hagut d'escriure totes aquelles frases. No hi eren, a l'original. Les he fetes jo. En qualsevol versió meva de llengua alemanya, o francesa o anglesa, no n'hi havia ni una, de frase catalana. Per tant, reivindico, no per a mi, sinó per a qualsevol traductor, la idea que són uns escriptors, uns orfebres de la paraula. [...]
—Sempre has tingut un gran interès per Kafka. Ets director de l'edició espanyola de l'Obra Completa de Franz Kafka, a partir de l'edició crítica de Fischer Verlag (Frankfurt; aquí, Círculo de Lectores, Barcelona, des de 1996). L'actualitat sempre viva de Kafka és producte de la seva capacitat profètica?
—Kafka, efectivament, és apassionant. I ho és perquè és un dels pocs escriptors del segle XX que han forjat una mitologia adequada als problemes del segle. Això és impressionant, perquè fa molt de temps que no se'n creen, de mitologies. [...] El diagnòstic literari dels problemes del primer terç del segle XX, avui dia encara serveix per a analitzar uns problemes que continuen tan candents com al seu temps.
(Zeneida Sardà: "Jordi Llovet amb vocació d'humanista" [Fragments], Serra d'or (Barcelona), núm. 510, juny 2002)
* * *
—Pep, Jordi: tots dos heu estat deixebles meus, tots dos esteu en el Col·legi de Filosofia; això pot fer l'efecte, doncs, d'una espècie d'entrevista incestuosa. Sembla, però, gràcies a Déu, que encara estem en desacord en moltes coses. Una d'elles -i us la proposo per començar- és la dels mites i la funció que tenen a casa nostra. Ahir era sant Jordi: el mite de sant Jordi entre nosaltres s'ha interpretat històricament dient que el drac és el sarraí, la donzella és Catalunya i sant Jordi el comte que la salva. S'ha dit també, seguint Freud i Jung, que sant Jordi és el Jo fort que lluita contra les baixes passions: els nostres propis dracs. S'ha dit encara... però vosaltres sou bastant al·lèrgics a les lectures mítiques o historicistes...
—Jo sóc al·lèrgic a les lectures historicistes, però no sóc gens al·lèrgic a les lectures pròpiament dites: sóc un gran apassionat de la literatura. I sant Jordi, en principi, és una llegenda que està ficada dins l'entrellat de la literatura cortesa medieval. És el mite del cavaller que està al servei de la dama i que fa tot el que pot per fer-li la vida feliç. És, com Tristany, l'home que rescata Isolda d'un monstre gegant i així guanya una certa recompensa, que justament és la mort d'Isolda. En el cas de sant Jordi, no guanya la donzella, que de fet queda per al pare i queda per als altres, i ell se'n va, desapareix; però tingues present que el Tristany que conquereix Isolda no té un amor feliç amb Isolda, sinó que té un amor-passió que és terrible, que no arriba mai a la plena satisfacció.
—I Jason?
—Pensa que molta mitologia llegendària catalana -romànica i europea- té tot sovint orígens greco-llatins. No és tan clar en la llegenda de sant Jordi, que també té equivalents a Anglaterra i a Escòcia, i ens pot fer pensar que és una de les llegendes de salvació d'una dama per un dels cavallers més universals que hi ha a Europa. [...]
—¿No hi ha un temps en què la història dels fets no es distingeix de la dels mites? ¿Hi ha sempre una forma de representació o simbolització privilegiada?
—La més important de totes és, per a mi, la literària. Però no perquè sigui literatura contra història o contra mitologia, sinó justament perquè literatura és a l'ensems mitologia i història. La literatura, i especialment la narrativa a partir del moment que les novel·les medievals són escrites en prosa, es converteix en un gènere realment sintètic, amb una suma de coses molt diverses dels estrats més diversos d'una societat en tots els seus nivells de funcionament. La literatura medieval, la novel·la moderna a partir de Tirant lo blanc, a partir del Quijote, és un gènere que t'explica un munt de coses i arribes a saber a través d'ella què costaven les eines o les cases, les relacions de parentesc i de sexe que hi havia entre la gent, com estava constituïda una societat, en què creia i en què descreia la gent, etc. [...]
—Potser per això els mites menys perillosos són aquells que ja ho sabem, que són ficcions, que és en definitiva allò que ens deia ara en Jordi Llovet en defensar la literatura. Però dels mites del futur en diem "progrés", dels del medi, "consciència ecològica", i així successivament. Els mites actuals tendim a prendre'ls per realitat, mentre que els mites antics sabem, almenys, que són ficcions.
—És que els mites moderns són mites pròpiament inventats, i la gent ha vist com naixien, com brollaven, com començaven a funcionar, cosa que no havia passat mai en les societats antigues i clàssiques, inclosa la cristiana. El cristianisme potser és la primera societat mitlògico-teològico-moral on és bastant palès el seu origen, ja que la gent va presenciar Jesucrist i el portà a la creu i tothom va veure com naixia una religió en un moment determinat de la història, fins i tot en va canviar la periodització, que començava a partir de zero, i és una cosa una mica inicial. Per mi, assenyala el començament d'unes mitologies artificials, que la gent veu de massa a la vora com han començat i com s'han creat. Mentre que les mitologies de debò, com les paganes, les greco-llatines, són mitologies que la gent té en el seu pre-conscient, que en podríem dir. I això dóna als pobles, justament, alguna mena d'identitat molt sòlida; és la identitat que té la cultura grega en el seu millor moment o la cultura romana, amb aquells mites que finalment són analògics els uns respecte dels altres. És un tipus de funcionament automàtic on ningú no es pregunta per la veritat o el caràcter de mentida d'aquests mites i creu en ells perquè és el veritable motor i la garantia de funcionament de la seva cultura. Aleshores, és clar, quan parlem de la cultura catalana amb aquesta gran preocupació que hi ha en aquests moments per aconseguir una nova mitologia que ens permeti de ser una altra vegada alguna cosa com a poble, jo diria, lamentablement, que no estem en el moment de poder construir una mitologia així com així. S'hauria d'inventar i d'imposar. I apel·lar a un retorn és una nostàlgia de temps heroics, i agradabilíssims, m'imagino, però que no acabo de veure de quina manera es podrien restaurar. Construir una mitologia i dir "bé, ja la tenim", no crec que aconseguís una identificació nacional, i si l'aconseguís, me'n malfiaria. [...]
—Està clar que el nacionalisme és una mitologia que tendeix a suplir (i de vegades, com als països àrabs o bascs, a potenciar) la mitologia religiosa. Però tu, Jordi, que rebutges aquesta mitologia nacional, l'acceptes quan es fa literària. Per què?
—Sí, precisament perquè les literatures em semblen molt més naturals que altres tipus de mitologia...
—Ai, ai!
—Sí, sí, hi ha uns nivells de funcionament simbòlic de les societats que són més naturals que els altres.
—¿"Tots som iguals, però uns són més iguals que els altres", com diria aquell?
—No dic comparant nacions, sinó dins d'una mateixa nació. Per exemple, la literatura catalana és una literatura típicament i sòlidament arrelada en qüestions tradicionals de l'essència que és Catalunya al llarg de la seva història i del seu desplegament. El que passa és que, naturalment, hi ha moltes coses d'aquesta mitologia catalana que provenen d'un moment en el qual Catalunya no era exactament una nació, sinó que vénen d'abans, és clar, perquè les cultures romàniques es van forjar d'una manera pròpiament internacional i quan tot just començaven a descloure's les nacionalitats. Podem parlar de la mitologia de la cuina catalana o de l'excursionisme català, un dels grans mites del nacionalisme de tota la vida, perquè als catalans els ha agradat sempre de caminar, cosa que és ben romàntica, ben mirat. Tot allò que sigui tradicional, i això que no sóc gaire tradicionalista, jo ho potenciaria perquè vol dir que és de sempre i que té una legitimitat que no li ha donat ningú i que no se sap ben bé d'on prové, però que existeix d'una manera gens arbitrària. [...]
—[...] Penso que a Catalunya hem tingut un llenguatge molt poètic, molta poesia. Però potser convindria, per acabar de normalitzar la nostra llengua, ser una mica continents i escriure no només intensament i poètica, sinó bé i banalment: normalment. I és que el llenguatge, com la metàfora, no només busca dir el singular sinó també busca la seva classificació, inserció, convencionalització... Què en diries tu, Jordi, d'aquesta altra funció del llenguatge -una funció d'alguna manera an-artística?
—No en sé res.
—No la practiques?
—No la practico. Déu me'n guard de practicar aquest llenguatge col·loquial, evident i gratificador o reconeixedor. No, no. Jo tinc l'obligació de parlar "al revés", com deia en Fèlix d'Azúa un dia.
—Vols dir que no?
—En fi, és una qüestió de divisió del treball. Jo em dedico a ensenyar i poc o molt a practicar un llenguatge "eficaç", justament perquè em sembla que un altre dels defectes de la nostra societat actual és que s'ha perdut la capacitat d'originar metàfores, de fer connexions simbòliques utilitzant el llenguatge d'una manera original i inèdita. Per tant, què millor que anar a parar a la història de la poesia o a la història de la literatura en general, on hom s'adona que aquell que s'ha posat a escriure s'ha proposat voluntàriament d'explicar alguna cosa amb unes paraules que, amb aquella articulació mai no han estat dites, que es presenten d'una manera completament inèdita. Ja que has parlat de metàfores, recorda aquella perfecte entrada del Nabí, de Carner, que diu: "Al primer despuntar d'un ventós solixent d'alta cella vermella..." ¿No et sembla millor i més original dir una cosa així que l'equivalent col·loquial, una cosa com ara "quan sortia el sol per darrera la muntanya i feia vent..."? Diria que és més profitós per al manteniment de la llengua, diguem-ho així, que el llenguatge es vagi impulsant, manipulant, treballant, per demostrar que encara es poden dir moltes coses que no s'han dit mai. El camp del llenguatge és un dels camps privilegiats perquè -tothom parla; gairebé tothom, vaja- a partir d'ell pràcticament es pot reconstruir un civilització, si és que ens posem d'acord que la nostra civilització s'ha de reconstruir o s'ha de millorar. Això t'ho dic perquè quan de vegades la gent es pensa que jo sóc molt esteticista, en realitat et puc assegurar que tinc una pretensió moral, respecte del tema del llenguatge, profundíssima. La metàfora és una moral del llenguatge i no és únicament una manifestació esteticista del llenguatge. La poesia és una veritable moral del llenguatge. Demostra a la gent que es poden dir moltes coses que encara no s'han dit, i que aquesta mena de "dir" és també una mena de "fer" anticipatori, progressista.
(Xavier Rubert de Ventós: Fragments de l'entrevista "Jordi Llovet / Josep Ramoneda", Pensadors catalans. Barcelona: Edicions 62 - Cultura Catalana Contemporània, XIX, 1987, p. 155-170)
* * *